Cuando en 8º de EGB nos daban en las clases de Historia el triste episodio del “Desastre del 1898”, momento en el que España perdió las últimas colonias de ultramar americanas y asiáticas a manos de los EEUU, me llamó mucho la atención la Batalla de Cavite, donde según nos explicaron unos “cascajos” antiguos se enfrentaron a la todopoderosa armada Norteamericana, perdiendo, como no podía ser de otra manera, y realizándoles apenas un muerto y escasos heridos.
Uno se podía imaginar unos buques tipo los que combatieron a Nelson en Trafalgar, con arreglos chapuceros y las bolas de sus cañones rebotando en las corazas metálicas de los buques yanquis. Lo que nos explicaban en clase era una mezcla de la versión oficialista que eximía de culpa a los responsables políticos y militares, y la patriotera norteamericana. Nada más lejos de la realidad.
Es muy posible que la batalla de Cavite se hubiera perdido de todas formas, pero varias decisiones políticas españolas y de su almirante fueron las que precipitaron la derrota, por lo que la causa no era en si la flota, si bien es cierto no era la flor y nata de nuestra Armada. El primer error fue no plantar la flota en Manila para poder responder apoyados con las propias defensas terrestres de la ciudad a la Escuadra norteamericana, pero se decidió salvaguardar a los habitantes de posibles daños físicos y materiales, de ahí que se desviara la flota a Cavite, donde tuvo también refuerzos desde tierra, pero insuficientes. Además uno de los buques, El Castilla, fue utilizado como plataforma flotante. Otro error fue no dotar a la flota de armamento suficiente, para prácticas de tiro, lo que hubiera mejorado el tino de nuestros buques. Pero el que quizás fue el desacierto definitivo se cometió en plena batalla, cuando el almirante de la flota, Don Patricio Montojo, abandonó su propio buque y decidió hundir las 7 naves principales de nuestra escuadra en zonas de poco calado para salvar la tripulación e inutilizar barcos, lo que propició el regreso del almirante norteamericano Dewey, ensañándose con parte de la flota que quedaba, y que poco antes se había alejado de la batalla preocupado porque les quedaba la mitad de la munición y los daños a la flota española hasta ese momento no habían sido los deseados, teniendo además dos de sus buques, Baltimore y Boston, con daños considerables.
La acción de Dewey motivó al patrioterismo norteamericano exagerando una maniobra que en realidad fue un tiro al blanco a naves ya desprotegidas -como vemos en algún dibujo de la época- pero si bien es cierto fue la primera gran batalla naval que ganaron a una potencia colonial, ya que la flota de los USA hasta el momento sólo había actuado en su propia guerra de secesión y en en la Berbería en las primeras guerras del s. XIX contra piratas.
Los USS Don Juan de Austria, Isla de Luzón e Isla de Cuba
La prueba para mi de que los buques no eran ni tan viejos, ni habían luchado todo lo que se hubiera esperado de ellos, es el caso de los 3 barcos que los norteamericanos pudieron rescatar de las zonas donde estaban encallados, y reincorporarlos a la flota de los Estados Unidos de América.
El crucero no protegido de la clase Velasco Don Juan de Austria mantuvo su nombre pero con el USS delante, al incorporarse a la Armada Norteamericana. Tras varios años de servicio contra la insurgencia filipina, en 1904 llegó al puerto norteamericano de Portsmouth uniéndose a la tercera escuadra de la flota del Atlántico patrullando entre Norfolk y República Dominicana. En 1907 es desactivado e incorporado a la Milicia Naval de Míchigan (Detroit). 10 años después es vuelto a dar de alta, escoltando remolcadores, submarinos franceses y norteamericanos durante la Gran Guerra. En 1919 en Boston se incorpora a la escolta especial de 26ª división del Ejército de los Estados Unidos que retornaban de Europa. Poco después, ese mismo año, es definitivamente vendido y retirado del ejército, pero se desconoce la fecha exacta en la que fue desguazado.
El crucero protegido de segunda categoría Isla de Luzón mantiene su servicio en Filipinas hasta 1902. En 1903 llega a La Florida. Unos meses después es asignado a la malicia naval de Illinois en los Grandes Lagos. En 1917, durante la Primera Guerra Mundial, es destinado primero en Chicago como buque de entrenamiento de tripulaciones, y un año después a la base naval de torpedos de bahía Narragansett. En 1920 fue vendido a Bahama & West Indies Trading Co., de Nueva York, y renombrado Reviver. Esa empresa 3 años después se lo vendió a Bahama Salvors, Ltd. of Nassau y finalmente convertido en chatarra en 1931.
El crucero prácticamente idéntico al USS Isla de Luzón era el Isla de Cuba. Tras prestar servicio en la guerra filipino estadounidense, partió a Estados Unidos y en 1904 arribó en Portsmouth, New Hampshire, estando en reparaciones hasta 1907, año en el que se incorporó a la milicia de Maryland para su uso como buque escuela. Fue vendido a Venezuela en 1912, donde se le renombró como Mariscal Sucre, sirviendo a dicha armada hasta el año 1940, en el que fue desguazado.
Algunos estudiosos estiman que de haber cumplido su servicio estos buques en la batalla de Cavite, posiblemente los norteamericanos hubieran tenido que volver a por más municiones a Hong Kong, lo que hubiera dado tiempo a la más potente flota española que protegía la península a partir en su rescate. La cual estaba esperando tener carta blanca para atacar por sorpresa la costa este norteamericana, el Caribe y el tráfico comercial de Brasil, dividida en tres escuadras. Ante la noticia del desastre de Cavite decidieron ir a auxiliar a la propia flota de Filipinas siendo parada esta potente escuadra en el Canal de Suez el tiempo suficiente como para que nuestros políticos peninsulares se arrepintieran tras las noticias que venían sobre la flota de Cervera en Santiago (Cuba).
Desde el mes de enero de 1898 que llegó el USS Maine al puerto de La Habana, parecía muy evidente que la guerra era inevitable, sin embargo las autoridades españolas jugaban a evitarla a toda costa sin pensar en el peor de los escenarios. De ahí que la escuadra de Cavite no fuera en principio una flota preparada para combatir otros buques potentes, sino de control colonial de los insurrectos. Los propios militares parecían muy hastiados de pedir unos refuerzos que sabían que existían, pero que nunca llegaron, y ante ese escenario es lógico que el propio Montojo eligiera salvar vidas a resistir en lo que parecía una derrota segura.
No se llevó a cabo ninguna política sensata de alianzas, mientras que los norteamericanos tenían el apoyo «neutral» británico por activa (Hong Kong) o pasiva (Canal de Suez). España fue a la guerra con mucho orgullo y poca cabeza, como deseando que la suerte que no acompañó ni a la Grande y Felicísima Armada ni a la de Trafalgar volviera de golpe, eso sí sacando estupendos planes de la chistera cuando ya prácticamente estaba todo decidido.
En definitiva, para el potencial que tenía en aquel entonces el ejército español, se mostró mucho orgullo, nula planificación, ningún sentido del ridículo, y ganas de evitar tanto física como mentalmente lo que era inevitable, y como dijo Churchill a Chamberlain sobre sus cesiones a Hitler: “Os dieron a elegir entre el deshonor y la guerra… elegisteis el deshonor y tendréis la guerra». (You were given the choice between war and dishonour… you chose dishonour and you will have war)”. En el caso español se partió del deshonor, para tener la guerra, y volver al deshonor, lo peor es que parece que no hemos aprendido nada.
Más información:
http://www.spanamwar.com/Reinacristina.htm
http://www.eldesastredel98.com/capitulos/pacifico2.htm
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