La difunta Margaret Thatcher es de esos iconos de mi infancia que creo recordar desde siempre. Estuvo ahí presente mientras iba descubriendo el mundo en esos  primeros “años conscientes” de mi vida y el principio de mi adolescencia, lo que hace que en cierto modo la tenga un aprecio especial a tan importante personaje.

A pesar de que me une a ella una visión liberal de la sociedad abierta, creo que el mejor legado que nos dejó fue el ver completamente como algo normal que una mujer pudiera ser una líder mundial, la primera dirigente de una potencia como el Reino Unido, a la que no le temblaba el pulso a la hora de tomar difíciles decisiones, y a la que por ello una parte de la sociedad la podía considerar odiosa, pero no un títere manipulable. Era temida y admirada, y pese a su imagen clara y nítida de señora nadie se hubiera atrevido a aplicarle el machismo todavía tan presente en nuestra sociedad.

Margaret Thatcher consiguió que toda una generación viéramos como lo más normal del mundo que en un gran país hubiera una mujer presidenta, porque casi nacimos con ello. Gracias a ella muchas otras mujeres pudieron abrirse paso en un mundo todavía muy de hombres, tristemente machista.

Estoy seguro que no le tuvo que ser nada fácil llegar a su posición, pero su lucha no ha sido en balde. La mujer que consiguió liberar la economía y la sociedad británica, también logró de alguna forma, casi involuntaria, abrirnos la mente a una generación, quizás para mí su más importante y universal legado.