Sería allá entre los años 1999 y 2001 cuando en la Cafetería que regentaba mi madre, en el club de Jubilados y Pensionistas Manuel Azaña de Nueva Alcalá, tuve la ocasión de conocer a un señor mayor, muy amable, correcto y educado que era natural de Barcelona.
Su marcado acento catalán llamaba mucho la atención, y a veces parecía como si le costara expresarse en castellano. Cuando venían sus hijos a verle para buscarle o tomarse un café con él, tras la partida habitual –ese mus y ese tute que une a todos los españoles de norte a sur y de este a oeste-, les podía escuchar como entre ellos hablaban un catalán bastante cerrado en relación con lo que escuchamos a los políticos en la televisión.
Recuerdo que me contó que había sido trompetista, y tenía cierto aire bohemio y cosmopolita como buen barcelonés. Por supuesto que si hubiera tenido que catalogarlo en alguna opción política nunca hubiera sido en la derecha nacionalista española, no era el estereotipo. Digo esto porque unos meses después, pese a su absoluta corrección y encomiable educación, le vi muy alterado discutiendo con alguien en el salón de la cafetería. Siempre hay metepatas en todos los sitios, y uno de los habituales le dijo que “los catalanes no eran españoles”. Nunca quise tratar ese tema con él, porque el señor me caía francamente bien y no quería contaminar la simpatía que le profesaba con alguna opinión política, que a todas luces parecía ir a favor de la opción catalanista, en mayor o menor medida. Sin embargo en medio del incidente el señor catalán le contestó al otro contertulio que “yo soy tan español como el que más, usted no tiene que decirme eso”, con un marcado acento catalán.
Reconozco que sentí una mezcla de alegría y de pena. No muchas veces se viven situaciones así, en las que ves como un catalán fetén defiende su españolidad, pero sin embargo me di cuenta del grave problema que teníamos muchos españoles con los catalanes. Curiosamente la identidad nacional española se ha forjado con las Castillas, Madrid y Andalucía como estereotipos. Algo participan Asturias, Extremadura, Cantabria, y Murcia. Luego están Navarra, Valencia, Baleares, Canarias, Aragón, y Galicia, regiones de las que hay un pensamiento neutral, pero con los catalanes y vascos muchos directamente les excluyen siguiendo las tesis de los nacionalismos más radicales, ya sea de corte español o los de esas regiones, haciendo el juego a los que quieren excluir y restar en vez de sumar.
Quizás el nacionalismo español se debería haber basado en la riqueza de sus diversas regiones, y en que las diferencias son parte de nuestra seña identitaria española, desde los tiempos de los reinos cristianos y reinos de taifas. Habría que haber admitido que ser muy catalán, hablar esa lengua y bailar la sardana –por ejemplo- es ser tan español como un madrileño que habla con su peculiar acento y baila el chotis. Sin embargo son muchos los españoles que han introducido en su mentalidad que hablar vasco y tener otras tradiciones es obrar como un extranjero, cuando debería pensarse todo lo contrario, que se comporta como un buen español vasco que mantiene vivas sus costumbres y la riqueza cultural de su región (siempre y cuando no muestre una actitud abiertamente rupturista con el resto de España).
Hoy no voy a entrar en la nefasta política excluyente nacionalista, utilizando la lengua para dividir, la educación para doctrinar, y la economía para financiar la ruptura, que también la tengo presente, porque me gustaría que hagamos una introspección en nuestra actitud hacía esas diferencias, cayendo en la trampa nacionalista de la división. En Canadá se consiguió mantener Quebec unido con una campaña llamando a la confraternización en el resto del país, con manifestaciones que mostraban el afecto a sus hermanos francófonos, consiguiendo que la opción rupturista perdiera el referéndum. No creo que ayude mucho que digamos desde el resto de España que los habitantes de esas regiones no son españoles y que la lengua que usan no es española.
Hace más de doce años que no sé nada de aquel entrañable barcelonés. Imagino que todo esto le habrá cogido muy mayor, o ya no lo habrá podido ver. Quién sabe si más joven, y con más episodios de violencia verbal como el narrado, hubiera visto con otros ojos la opción ahora independentista, más tras el ataque el otro día en Madrid a una oficina de la Generalitat catalana por parte de la extrema derecha, haciendo un servicio impagable al independentismo siempre victimista. Pero lo que no olvidaré nunca es como un día aquí, en mi castellana ciudad de Alcalá de Henares, un catalán defendió su españolidad, sólo podría haberlo hecho mejor diciendo en su lengua, nuestra lengua, un “Jo sóc tan espanyol com vostè o més”.
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